20 abr 2012

El sexto día

Es el sexto día. La ansiedad no puede apartarse de su ser. Hace más de una semana que ambos contienen sus sensaciones, sus emociones. Viven, conviven juntos, pero hace un tiempo duermen separados. Sólo su amor es mas grande que lo mucho que se extrañan. Ese entrañable deseo de poder tan sólo mirarse a los ojos sin sentir que se deshacen por dentro.

El la mira, de reojo. Ella se sonríe. Saben que falta poco, que podrán volver a ser una sola alma. Que podrán vivir una de las doce lunas de miel que tienen en el año. Una tan especial como las otras, tan particular como ninguna, como así debe ser. Pero no es deseo, solamente. Es mucho más que eso. Es la necesidad de amar, mezclada con la admiración del uno al otro, de poder contener de tal forma sus actos, de poder guardarlos dentro de sus pensamientos, al menos por un tiempo.

El la mira otra vez, con cuidado de no cruzar sus miradas. Cuántas ganas de tan sólo acariciar su rostro y verla sonreir! Cuántas ganas de fundirse en un abrazo interminable, para que ella entierre la cabeza en su pecho y contarse lo mucho que se aman! Cuán desafiante es la situación, que llegan a plantearse y replantearse mil y una cuestiones sobre el sentido que tiene o puede llegar a tener todo eso.

Ella es su reina, por lo que así la trata el. Le lleva flores, intenta cocinarle los mejores manjares y hacer todo lo posible para que esté a gusto, relajada, feliz cada día de su vida por tenerlo a su lado. El es su rey, ella se desvive por que esté feliz, porque su vuelta a casa no sea una más, porque el no vea la hora de estar nuevamente a su lado y olvidarse del mundo por al menos un instante.

La situación no escapa de su cabeza durante todo el día. El no puede concentrarse en su trabajo. La ve en todos lados, siente su perfume, vuelve a enamorarse como el primer día, si no mas. Sabe que esa noche volverán a dormir separados, pero que mañana será diferente. Tiene que demostrarle lo mucho que la ama, cuán feliz la quiere hacer. Que daría todo por ella, por su bienestar, por su felicidad. No sólo porque esté escrito, ni porque tenga que ser así, sino porque El así lo quiere.

Esa noche duermen separados otra vez, en la misma habitación. No se tocan, no se rozan, no se besan. El aire es espeso como la miel, cada uno siente la respiración del otro. A los dos les cuesta dormirse, entre una mezcla de alegrías con ansiedades y complicidad. Hablan un rato, intentan evitar todo tema relacionado, es muy delgada la línea que los separa. No hay ningún impedimento físico ni razonable a nivel humano para que estén juntos, pero ellos saben que lo que hacen va mas allá de toda racionalidad. El legado que percibieron, su ley y guía de vida es divina, no humana, escapa de todo raciocinio.
Cuánta fe expresada en cada acto, en cada segundo! Cuánto amor por Su voluntad, por el otro y por si mismos! Cuán grande es Su majestuosidad, logrando que Su voluntad sobrepase nuestra innegable lógica, nuestro razonamiento, inclusive nuestras propias voluntades!

Ya es el séptimo día. Es el último desayuno distante, en el sentido físico. Mañana se sentarán juntos, más cerca el uno del otro. Rozarán accidentalmente sus manos al agarrar los dos el mismo utensillo, se mirarán y se sonrojarán. Saben que todo tendrá otro significado. Ese pensamiento, esa ilusión roba sus emociones durante todo el día. Ambos están más allá del día a día, faltan pocas horas y la ansiedad aumenta.

Ella se preparó la última semana. Se higienizó con una precisión admirable, cuida de su cuerpo contemplando los detalles más mínimos, cual artista cuida de su obra de arte. Se revisa todos los días por las mañanas y las tardes, debe asegurarse que el proceso sea perfecto, su nivel de pureza llegará al mismísimo cielo con el acto que realizará hoy. El la acompaña con su alma, de la forma que puede hacerlo. La contiene con palabras dulces, ya que no la puede abrazar. El sufre por cada revisión que ella se hace, admirando en secreto su voluntad, su fe y valentía en cada sacrificio. Admirando la enorme virtuosidad que tiene su amada, esa misma con la que la conoció.

Finalmente, al caer el sol, ella está lista. Realizará el mismo proceso milenario, el cual hicieron su madre, su abuela, las madres de su pueblo. Su inmersión mueve los mismos cielos, su acto la eleva a niveles altísimos de espiritualidad. Se funde su cuerpo perfecto con la misma agua, llegando al nivel de pureza más grande que se puede llegar. Una semana de preparación, de contención emocional y mental concluye en ese instante.

El la pasa a buscar, al finalizar su acto. Ella pidió por el bien suyo, de su marido, de su familia, de su pueblo... del mundo entero. Se abre la puerta y sale ella. En un acto, fácilmente confundible con la misma clandestinidad, ella sube corriendo al auto, asegurándose de que nadie la haya visto. Inmediatamente parten hacia su casa, no sin antes tomarse unos segundos. Ella le toma la mano por primera vez en casi dos semanas. Se miran, ahora ambos directo a los ojos, más brillantes que de costumbre. Ya no hay temor, saben que lo que ocurra no será un pecado, de hecho todo lo contrario. Ambos sonríen, el le dice lo hermosa que está ella. Contempla cómo un ángel celestial acaricia su mano. Ella es perfecta, pura como el agua de manantial, radiante como la misma luz del sol... su reina, así la trata.

Esa misma noche se conocen nuevamente, como el primer día. Son otra vez una sola alma, son uno sólo a los ojos de D's. Lo que pudo haber sido un pecado, ahora es un acto divino, uno de los mas sagrados. Es acaso el fin de Su voluntad reforzar su relación marital? Es el propósito de este sacrificio el tener un mejor provecho de nuestros matrimonios? Seguramente estas sean sólo consecuencias del real beneficio que se encuentra en el cumplimiento de este precepto. Consecuencias como tantas otras, tan hermosas y tan llenas de luz, que hacen querer seguir adelante cada día de cada mes, para llegar a cumplir un precepto mas, para percibir las emociones de otro sexto día, para poder llegar a la próxima luna de miel.