11 jun 2012

Nuestro hogar

"Porque tu nombre quemaría los labios, como el beso de un ángel..."

¿Puede uno enamorarse a tal punto de una ciudad? Sentir estima, nostalgia, anhelo, admiración o contemplar una ciudad suena lógico y razonable. Pero amarla es algo que excede el sentido común. ¿Por qué, entonces, ese sentimiento tan profundo hacia una ciudad? ¿Qué hay en Ti, oh Jerusalén, que despiertas los mas hermosos y profundos sentimientos de quienes te contemplan?

Ocurre pues, que no es sólo una ciudad. Una simple conjunción de piedras que dan forma a construcciones, habitaciones, caminos y murallas. No es tampoco su riquísima historia, las infinitas historias que cuentan sus calles y los testimonios que brindan sus muros. No es su aroma de pinos y montañas, ni sus coronas doradas que adornan a esta princesa del mundo, embelleciéndola y distinguiéndola entre todas las demás. Todo esto no es capaz de despertar un sentimiento en una persona, si bien puede abrir el camino para que nuestra mente vuele y busque inmiscuirse en tales situaciones y desear profundamente conocer hasta su último secreto.


Cuando los paracaidistas del ejército israelí ingresaron a la ciudad antigua aquél 7 de junio de 1967, los soldados se encontraron con una situación para la que no fueron entrenados. No se vió situación semejante en ninguna guerra. Avanzaron hasta el monte del templo, tras una victoria casi segura. Avanzaron por las calles de la ciudad antigua, en su mente vislumbraban un hecho épico, apoteósico: recuperar sus orígenes, volver a recorrer las huellas de sus patriarcas, su morada eterna. 
Llegaron finalmente al monte del templo, quedando completamente perplejos. Luego de varios años allí estaban nuevamente, frente al muro de los lamentos. Se encontraron a si mismos de pie apuntando al muro e inmediatamente bajaron las armas. ¿Qué judío, desde el más observante hasta el mas alejado, puede apuntar hacia el muro y realizar tan sólo un disparo? "¡Pero es una guerra! ¡Si no disparamos morimos!", pensaban constantemente. ¿Existe la mas mínima posibilidad de querer no defenderse, no avanzar teniendo el viento a favor en tal situación? ¿Cómo puede ser posible que todo un ejército esté dispuesto a poner el pecho a las balas con tal de no disparar hacia un muro?


Así fue, finalmente. La ciudad se recuperó de esa forma. Avanzando, de a poco, poniendo el pecho a las balas. La convicción de lo que se hizo permaneció intacta hasta ese momento, cuando se escucharon por las radios "Ha Kotel, Hu Shelanu!", El kotel es nuestro!. En medio de una terrible guerra, asediado por una hermandad de enemigos, ese puñado de hombres decidió hacerlo de esa forma. Ahora bien, podemos volver a preguntarnos: ¿Es entonces Jerusalén una simple ciudad? ¿Cuántos lugares en el mundo pueden generar semejante devoción y respeto, hasta en los momentos mas apremiantes?


No es tan sólo una ciudad. Es algo mas que una conjunción de caminos, muros, piedras y habitaciones: es Su morada. Como tal, termina despertando en el mundo los mas profundos sentimientos. Como una amada, así la queremos y así la tratamos. Es nuestro preciado regalo, el cual tenemos el privilegio de poder cuidar en nuestras manos, con nuestras almas. Allí pertenecemos, siempre pertenecimos. Fiel a Su pueblo, crecen sus frutos de la arena y la piedra sólo cuando nosotros la cultivamos. Es Su morada, por eso la cuidamos, por eso allí queremos estar.


Por eso la recordamos todos nuestros días, hasta en los momentos mas sublimes de nuestras vidas, también en el exilio. Gozaremos su alegría, sufriremos su dolor, contemplaremos su luz. Por eso decimos: 
"IM ESHKAJEJ YERUSHALAYIM TISHKAJ YEMINÍ, TIDBAK LESHONÍ LEJIKÍ IM LO EZKEREJI, IM LO A’ALÉ ET YERUSHALAYIM ‘AL ROSH SIMJATÍ"


Si de ti me olvidase, oh Jerusalén, me olvidaré de mi diestra; se pegará mi lengua a mi paladar, si no te recuerdo ni te hago centro de mi regocijo

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